domingo, 15 de marzo de 2009

El salto más difícil de Yago Lamela

El atleta avilesino hace oficial su retirada tras una carrera plena de éxitos y sinsabores. Se va con cuatro medallas mundiales y dos europeas

Yago Lamela
ya forma parte de la historia de atletismo mundial. En realidad, lleva en ella desde el 7 de marzo de 1999. Aquel día España desayunaba con una asombrosa noticia llegada desde el lejano Japón, desde el Mundial en pista cubierta de Maebashi. Un atleta asturiano, hasta entonces completamente desconocido, había saltado 8 metros y 56 centímetros, una marca impensable para el atletismo español que se convertía en el nuevo récord de Europa de longitud, vigente hasta el pasado sábado, cuando un alemán, Bayer, lo batía. Dos días después, Yago Lamela anunciaba oficialmente su retirada.


Aquel salto no fue suficiente para llevarse el oro. Un cubano había 'volado' aún más allá, a 8,62. Era Iván Pedroso, su bestia negra. Daba igual. Yago Lamela surcó al día siguiente todas las ondas y llenó las primeras páginas del la prensa escrita. Había pasado del anonimato al estrellato en un salto, nunca mejor dicho. Eso sí, un salto muy trabajado.


La larga carrera hacia esos 8.56 había comenzado en la pista de atletismo de su ciudad, Avilés, en el seno de la Atlética y bajo la sabia dirección de Pepete y, especialmente, de Carlos Alonso, el entrenador que le metió definitivamente en el mundo del salto. Terminó de pulirle, previo paso por la Universidad de Iowa, Juanjo Azpeitia, de Oviedo. Según dijo un día, poco después de Maebashi, «Yago era, a los 13 años, un arrogante yogurín con un impresionante motorín», un estudiante de informática enamorado de la música electrónica con un físico diseñado para el vuelo. Pero también, y literalmente, con un talón de Aquiles que truncaría su carrera a los 27 años, justo en su mejor momento.


La caída comenzó a principios de 2004, año olímpico. Había terminado 2003 con la mejor marca mundial (8.53) en Castellón, a la postre, la tercera y última vez que rompía la robusta barrera de los ocho metros y medio. Su entrenador por entonces, Rafael Blanquer, había llegado a decir que era «uno de los pocos atletas en el mundo que puede saltar nueve metros». Así, de un tirón.Yago iba a iniciar 2004 en casa, en la Reunión de Avilés, pero no pudo hacerlo, según se dijo entonces por una pequeña lesión. Era el principio del fin. Llegó a Atenas muy justo, con una discreta marca de 8.16. Y se marchó con unos decepcionantes 7,98. Fue su último salto.


En casa


Pasó las últimas semanas de 2004 postrado en un sofá, recuperándose de la operación en el tendón de Aquiles a la que se sometió en Finlandia. Su médico, Sakari Orava, le aseguró que sólo se iba a perder la temporada de invierno, pero el tiempo se encargó de demostrar lo que equivocado que estaba. Yago lo intentó por todos los medios. Primero, en Valencia, con el Terra i Mar de Blanquer. Y, luego, en Oviedo, de nuevo con Juanjo Azpeitia. En 2006 -meses después de sufrir un grave accidente de tráfico en Albacete-, estuvo a un paso de reaparecer y, además, en su ciudad, pero el destino volvió a interponerse. La semana anterior se rompió los tendones de los dos talones y con ello la esperanza de volver a competir ese año. Volvió a operarse en Finlandia, se pasó horas y más horas en el fisio, recurrió hasta la acupuntura... Pero siempre sin resultados. Nunca pudo entrenarse dos semanas seguidas. La retirada de Yago Lamela Tobío se veía venir. Se va desmoralizado por tanta lesión y camino ya de los 33 años (los cumplirá el 24 de julio). La gota que colmó el vaso fue la rotura de un gemelo en un entrenamiento. Sin más, abandonó la pista para no volver. Entre aquel salto de Maebashi 1999 y el de Atenas 2004, consiguió otras tres medallas en Campeonatos del mundo -plata en Sevilla 1999 (8.40) y en Birmingham 2003 (8.28, pista cubierta) y bronce en París 2003 (8.22)- y dos en Europa, ambas en 2002: bronce en Munich (7.99) y plata en Viena (8.17, pista cubierta).Acarició el oro en tres ocasiones, pero siempre se le escapó. A veces, por poco, como en Birmingham, cuando aterrizó a un centímetro de Dwight Phillips. En Sevilla, al igual que en Maebashi, no pudo con el gran Pedroso. Es una espina que ya no se podrá sacar.


Ahora vive en Madrid, superando el síndrome de abstinencia y, como él dice, «oteando el futuro». Lo hace desde arriba, a los mandos de un helicóptero, aunque todavía le quedan unas cuantas horas de vuelo para cumplir las 165 que se exigen para obtener el título de piloto comercial. A fin de cuentas, lo suyo siempre ha sido volar.


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